La Escuela Silvia Salas Edwards, de las Religiosas Adoratrices, fundada el 9 de mayo de 1936, cuyo sello específico fundamental está basado en los principios cristiano, pone énfasis en desarrollar los aspectos valóricos, morales, sociales y académicos de los alumnos, que les preparan para ser personas creativas, felices, sociales, auténticos y con un espíritu crítico de superación, permitiéndoles actuar positivamente en el medio social donde les corresponda desenvolverse.
Nuestra escuela pretende formar alumnos integrales que sepan compartir su vida de fe y formación cristiana católica desde la espiritualidad Micaeliana, es decir, Eucarística – liberadora, formando hombres y mujeres que sean capaces de reconocer sus fortalezas y debilidades, actuando con autenticidad frente a diferentes situaciones, practicando valores afianzados, tales como: responsabilidad, respeto, honradez en el actuar, comprensión y solidaridad con su semejantes, constancia y perseverancia en la realización de sus tareas.
«Pregúntale al viento en las noches cuando gime
si ha visto algún fantasma deslizarse
allá entre los cipreses de las tumbas
y entre los mausoleos ocultarse.
Dile que cuando pasa, yo escucho
sus notas impregnadas de pasión,
y que mi alma comprende la dulzura
del ritmo eterno de su gran canción…»
(Sylvia Salas Edwards, sic) Un Alma Diáfana
Los antepasados de Silvia hicieron historia en nuestro país. Bisnieta de don Agustín Edwards Ossandón uno de los banqueros y empresarios más acaudalados de Chile, se casó con doña Juana Ross de Edwards; destacada filántropa, que dejó huella sin igual en la beneficencia de nuestro país y entre cuyas grandes obras se cuenta la creación de hospitales, escuelas, hospicios, asilos, mutuales, iglesias y catedrales, como grandes aportes para el pueblo chileno. Una mujer que a pesar de la fortuna poseída, siempre se caracterizó tanto por la austeridad de sus costumbres, como por la inquebrantable fe cristiana que profesó durante toda su vida.
Doña Juana Ross Edwards tuvo gran influencia en la formación y enseñanza de su nieta Adela Edwards Mac-Clure, a quien desde muy temprana edad enseñó la caridad y la beneficencia, especialmente con los más necesitados. Es así como en 1893 la joven nieta guiada por su abuela funda un asilo para familias indigentes en Valparaíso. Adela es hija de su hijo Agustín Edwards Ross (iniciador y dueño del diario «El Mercurio» de Valparaíso) y de doña María Luisa Mac-Clure Ossandón.
En 1899 Adela Edwards Mac-Clure contrajo matrimonio con el abogado don Eduardo Salas Undurraga. Silvia Salas Edwards, es la primogénita; nace en 1900 en el seno de esta aristocrática familia chilena, que con el tiempo se verá coronada con cinco hijos más; Sergio, Eliana, María Luisa, Filomena y Andrés.
Silvia fue una auténtica joven de su tiempo, marcada con los valores que le enseñó su bisabuela Juana, los de su abuela María Luisa y los de su madre Adela. De una intensa vida social, ya en bailes, kermesses, concursos de belleza, presentaciones culturales en el Teatro Municipal, etc., jamás lograron restarle ni el tiempo ni el amor, para acompañar a su madre en la beneficencia, en la asistencia a los pobres, a los enfermos y a todos los necesitados. Silvia tuvo el tiempo suficiente para participar como joven profesora en el Centro Obrero de Instrucción. Jamás se arredró al asistir con medicinas y curaciones a los inquilinos de la hacienda «Los Nogales» (propiedad de sus padres), cuando fueron atacados por graves y mortales enfermedades como el tifus y otras pestes. También fue frecuente verla alegre y amistosa compartiendo con las niñas de «La Cruz Blanca», obra fundada por su madre la señora Adela.
Silvia Salas Edwards fue una joven hermosa, de exuberante dorada cabellera y de nostálgica mirada. Risueña, gentil, noble y con un andar ágil lleno de donaire. Sus gestos, palabras y ademanes siempre fueron delicados; característica que acentuaba su dulce y fresco señorío. Su comunicativa bondad e ingenuidad, era el reflejo exterior de la belleza de su aliña. Muchos fueron testigos de la nobleza y dulzura del corazón de esta jovencita. Siempre supo tratar con tales valores tanto al rico como al pobre. Ni el abolengo aristocrático, ni la gracia juvenil, ni la riqueza, ni la hermosura, jamás lograron omnubilar la mente y mucho menos su generoso corazón.
Junto a la ingenuidad y diafanidad de su carácter y personalidad, también se destacó por su talento artístico expresado en poesías que escribió bajo el seudónimo de «Lys». La última de sus poesías fue llamada: «Canción del viento».
El viernes 12 de diciembre de 1919, Silvia viajaba en el automóvil conducido por el joven de 16 años; Rafael Cañas Zañartu, en compañía de su hermana Eliana Salas Edwards, sus amigas Alicia Cañas Zañartu, Virginia González Balmaceda y su institutriz la señorita Winifried Doherty. El fatal accidente automovilístico ocurrió en Alameda esquina Riquelme en Santiago. Todas las mujeres quedaron gravemente heridas, salvando ileso sólo el conductor. Tal fue la gravedad de las condiciones de vida que Silvia falleció el sábado 13 de diciembre, así también su institutriz la señorita Doherty.
La conmoción y el dolor se vieron reflejados en las innumerables muestras de amistad, de reconocimiento, de agradecimiento y de amor, por parte de diferentes sectores de la sociedad chilena e incluso del extranjero. El gran escritor y periodista don Joaquín Díaz Garcés; gran amigo de la Familia Edwards, escribió un sentido y póstumo homenaje a Silvia: »Reunía la armonía del cuerpo a la gracia del alma, juntaba la belleza del rostro a la del espíritu; de su ojos brotaban reflejos de estrellas y en sus labios florecía la juventud de un paraíso, Silvia ha causado el único dolor que podía causar; ha muerto. Es inútil llamarla. Cerca de nosotros como ángel invisible, nos ve, pero no responde. Estaba preparada para irse y voló al primer encuentro con la muerte…»